
Ella
tenía 20 años, llevaba 4 de casada, tenía 2 hijas y una vida que ella
consideraba gris, monótona, casi casi aburrida. Se casó demasiado joven y
enseguida se convirtió en lo que era hoy, una mujer sin otra cosa que la
fortuna de quienes no renegaría jamás: Sus Hijas. 
Ellas le
daban el sentido a sus días y estaba dispuesta a lo que fuera para mantener
unida a la familia, aunque eso implicara seguir al lado de su esposo. 
Era un
esposo bueno, comprometido con su hogar, pero carecía de algo elemental para
ella: Imaginación. su esposo se conformaba con poco, casi casi con nada y a
todo nivel. Tenían una casita pequeña, pero agradable. Los dos trabajaban, así
que no pasaban penurias, pero tampoco nadaban en billetes y ella ya se había
acostumbrado a los picnics en días de sol con la familia de su cuñada, a los
partidos de fútbol de los Domingos con el volumen del televisor algo más alto
de lo normal y a hacer el amor una o dos veces por mes, cuando su esposo estaba
de ánimo, o no llegaba cansado de su trabajo o no podía contener más su instinto.
Esta era una de las cosas que más le
reprochaba ella en silencio, acá era donde por lo menos ella esperaba algo de
imaginación de su parte, donde necesitaba imperiosamente ser satisfecha,
escuchada,y tomada en cuenta. 
No podía
ser que a su edad algo tan vital como el sexo fuera a la vez tan mecánico. ella
se consideraba pasional al máximo, pero pocas veces había podido demostrárselo
a su marido, cuando estaban de novios fue todo a las corridas, alejándose de
cualquiera, en lugares poco cómodos, temiendo siempre ser descubiertos,
caricias furtivas y escasas horas en hoteles, alojamiento, solo para saciar el
deseo urgente y ahora, en el matrimonio era ocasional, convencional, poco
ardiente y la verdad es que ella estaba harta de sentirse una muñeca que solo
podía abrir las piernas, jadear en señal de aceptación y ser receptora de su
esposo y sus urgencias. Nunca sintió que estallara dentro de si la locura del
orgasmo, como así tampoco pudo liberar sus fantasías y dominar aunque sea una
vez la situación. su esposo no le daba espacio, no le daba tiempo, no podía ver
más allá de su propia necesidad de poseer a su esposa cuando el tenía ánimo y ella,
cansada de hablar y pelear ese espacio que jamás le fué cedido,
llegó a creer que él no se lo dio jamás sólo porque no le interesaba tener a su
lado a una mujer de esas características. 
El estaba
feliz con su hogar, con ver crecer a sus hijas y con sentir que el dinero
alcanzaba hasta fin de mes. En estas y en tantas otras cosas pensaba ella cada
día cuando salía de su trabajo y se sentaba en el primer asiento del
subterráneo, rumbo a su casa, a darles la merienda a sus hijas, bañarlas y
sentarse a su lado para vigilar sus tareas escolares. 
Salía de
su oficina a las tres de la tarde y tomaba el subterráneo que la dejaba a dos
cuadras de su casa. 
Siempre
se sentaba en el mismo lugar, primer asiento al lado de la puerta, lista para
poder salir rápidamente cuando se acercara a su estación. 
A la hora
en que ella tomaba el subterráneo viajaba casi sola en el vagón y eso le daba
tiempo a pensar, a estar en silencio un rato, a sentir cada una de las cosas
que soñaba día a día.
Aquel Miércoles habían anunciado un paro
general de colectivos en la ciudad con lo cual ella se armó de paciencia, dejó
pasar tres subterráneo porque
venían llenos y aunque el cuarto no cambiaba demasiado la situación, lo tomó
igual, de lo contrario no llegaría a tiempo (bastante tarde se le habia hecho ya). 
Se olvidó
de poder sentarse, su asiento estaba ocupado así como los demás, así que se
quedó parada, tomada de uno de los hierros verticales del vagón sosteniéndose
sobre todo de la cantidad de gente que entraba y entraba en cada estación,
gente que la empujaba para entrar y gente que la empujaba para salir.
 Su
viaje normalmente demoraba 20 minutos, pero ese día se le hacía eterno, así que
trató de poner la mente en blanco y recordar canciones que le agradaban, para
tararearlas mentalmente.
 En
eso estaba cuando sintió una leve presión en su espalda y dándose vuelta
lentamente, se encontró con un señor que parecía soldado, a su espalda,
respirándole en la nuca.
Qué podía
hacer? Nada!!! Eso era lo peor!! No podía moverse de allí ni tampoco pretender
que él lo hiciera, no había resquicio del subterráneo vacío, estaba
lleno por completo así que trató en la medida de lo posible, de pegar su pelvis
a la puerta del subterráneo aferrándose más y más al hierro, para
poder despegar su espalda del pecho de aquel varón. 
Lo hizo
una vez y él seguía allí, lo hizo dos y él seguía allí, como soldado a su
espalda, respirando cada vez más fuerte, sin alejarse ni medio
centímetro. 
Cada paso
que daba ella para alejarse, lo daba él para acercarse y en contados segundos
ella comprendió que ya no se trataba de una cuestión de espacio, ese hombre
estaba decidido a seguir allí, unido a su cuerpo. 
Ella
siguió tarareando mentalmente sus canciones, tratando de alejar sus
pensamientos de ese señor desconocido que la estaba poniendo muy nerviosa, pero
no por miedo… Esa cercanía la estaba excitando, estaba sintiendo calor y un
hormigueo la estaba recorriendo completa.
 Por
un instante quería que ese hombre se alejara para que él no se diera cuenta de
su excitación creciente. 
El
aliento de ese hombre le llegaba directo a su cuello y muy despacio comenzó a
sentir el leve roce de su pelvis contra sus caderas, restregándose sensualmente
contra ella, dejándola sentir su excitación. 
Ella
sentía que se mareaba levemente, pero ahora ya no se alejaba de él sino que por
el contrario, había pegado sus nalgas a las caderas que la empujaban desde
atrás y casi imperceptiblemente las movía al ritmo del otro. 
El vaivén
del subterráneo disimulaba algo de esa danza en la que los dos habían caído.
Ella
tenía los ojos entrecerrados, las manos blancas por la fuerza que hacía para
aferrarse más y más a ese hierro y la respiración agitada por la situación y
por la calentura que le subía desde las entrañas. 
Ese
hombre no dejaba de moverse contra ella, no dejaba de soplarle en el cuello, de
respirarle acompasadamente, de enloquecerla. Ahora ella no quería bajarse y vio
con desesperación que faltaban solo dos paradas para que llegara la suya, así
que presionó más y más contra él, hasta que sintió una de las manos de aquel
hombre que trepaba por su pierna derecha hasta la cintura y volvía a
bajar. 
Mientras
se entretenía con eso, su voz le preguntaba ronca si le agradaba, si le gustaba
toda esa situación.
 Sin
que pudiera dominarse, ella asintió con su cabeza y la mano siguió su ruta,
subiendo y bajando, arrastrando la tela de la falda gris, moldeando la
pierna. 
Estaban
tan apretados que nadie podía ver la escena y el sujeto, sabiendo esto, dejó
que su mano se deslizara hacia adelante, de derecha a izquierda, acariciando el
vientre duro e inexplorado desde hacía tiempo de ella, presionando a la altura
de la vagina, endureciendo un dedo para marcar territorio a esa altura,
abriendo la palma de la mano para tomarla por completo. La vista de ella estaba
nublada, sus oídos estaban como tapados, sentía como si estuviera en lo alto de
una montaña y la altura la apuñara.
 La
boca se le había secado y sentía perlas de sudor poblando su frente, pero no
quería bajarse y las puertas del subterráneo estaban abriéndose en su estación.
 Un
poco por conciencia y otro poco por presión de los demás pasajeros, en contados
instantes se vio sobre el andén, alejándose de aquel extraño que la había
calentado en instantes, despidiéndolo con los ojos mientras veía que la
oscuridad del túnel se tragaba al vagón y a él. 
Caminó
las pocas cuadras que la separaban de su casa totalmente ida, confundida,
tratando de respirar hondo para que no se le notara la excitación y pensando
que el aire frío le bajaría el rubor de las mejillas.
 Llegó
a su casa y se encontró con sus hijas, les preparó la merienda y las dejó un
rato solas tomando su leche, para correr presurosa al baño.
No solía
masturbarse cuando sus hijas estaban allí, pero el nivel de calentura que aquel
hombre le había dejado requería una rápida solución y no era precisamente
esperando a su esposo, esa urgencia se arreglaría.
 Se
metió en el baño, abrió el grifo de la bañera, la llenó de agua tibia, se
desnudó y se metió de lleno en ella.
 Dejó
que el agua y la espuma cubrieran su cuerpo por completo y una vez allí, bajó
sus manos hasta su entrepierna.
 Se
encontró con un mar de deseo, con una excitación increible, nunca había creído que diez
minutos de caricias tan intensos podían ponerla en ese estado. 
Dejó que
sus manos vagaran por los mismos lugares donde segundos antes la había tocado
aquel desconocido, reconoció la zona porque aun conservaba caliente la piel y
llegó a su vagina.
 Al
abrir sus labios se sorprendió de la dureza de su clítoris y entendió que ese
iba a ser un momento de placer intenso, intensísimo, que estaba lista para
cualquier cosa en ese momento, una vez más debería proporcionárselo ella
sola. 
Sus manos
acariciaron alternadamente sus pechos, sus pezones que estaban más erectos aun
por el agua tibia, sus piernas musculosas y aun durísimas (tenía muy buen
físico a pesar de los dos partos que había tenido) estaban semi abiertas,
para dar lugar a sus dedos que no tardaron en quedarse exclusivamente en su
vagina.
 Dejó
que la espuma se mezclara con sus flujos, los dedos no dejaban de acariciar los
labios, de pellizcarlos levemente, de estirarlos para estimularlos y de tomar
su clítoris entre dos dedos, masajearlo y acariciar con una pequeña y suave
esponja su extremo, delicadamente, en círculos. 
No dejaba
de pensar en ese hombre, en la presión de su entrepierna con sus caderas, de su
respiración y esa imagen la calentaba más y más, la hacía gemir y arquear su
cuerpo, permitiendo que sus dedos la penetraran a fondo, como si se tratara de
los de él. 
En ningún
momento pensó en su esposo, ese desconocido ocupaba cada centímetro de su
mente. 
Entró y
salió de si misma varias veces hasta que no pudo contener el orgasmo tan
deseado que la recorrió completa, la dejó sin aliento, exhausta, cansada, pero
aliviada. 
Permaneció
unos instantes más en la bañera, se enjuagó completa, salió envuelta en una
toalla, se colocó una bata de algodón y se sentó al rato con sus hijas para
realizar las tareas del colegio.
 Aun
así, la escena del subterráneo seguía en su mente y eso hacía que se excitara
al recordarla miles de veces, pero sabía que era en vano: su esposo no  se
percibía de nada.
Antes de
dormirse aquella noche pensó en que deseaba que el día siguiente llegara lo más
rápido posible, que su horario laboral volara y pudiera llegar al subterráneo 
enseguida, anhelaba encontrárselo nuevamente. 
La
jornada laboral se le hizo eterna, los minutos no pasaban más y eso la ponía de
cierto mal humor. 
Llegada
la hora de la salida, retocó el poco maquillaje que llevaba y se encaminó
rápidamente a la estación del subterráneo. 
Esta vez
no había huelga de colectivos por ende supuso que viajaría más aliviada,
sentada en su lugar de siempre.
 Igualmente
dejó pasar dos subterráneo antes de tomar el tercero, confiando en
que allí estaría él.
 Subió
y se sentó en su lugar habitual, pero no lo vio. 
Una, dos,
tres estaciones, ella seguía sin verlo y la decepción aumentaba.
 El
viaje llegó a su fin sin que ella se encontrara con aquel hombre y el resto del
día le resultó fatal, sus chicas estaban intolerables y su esposo molesto,
indiferente o al menos su desencuentro de aquella tarde hizo que viera las
cosas de esa forma.
Rutina y
más rutina para otro día en su vida, levantarse, dejar la casa en orden antes
de salir a trabajar, lidiar con los clientes y su jefe, ansiar la hora de
salida y tratar de llegar lo más rápido posible a su casa solo para poder
quedarse a solas con ella misma cuando todos se hayan acostado y poder
disfrutar de un baño placentero, donde hallaba el goce que nadie más que ella
misma se proporcionaba. 
Estaba
tarareando sus canciones habituales en el subterráneo cuando sintió
esa respiración que la había puesto tan nerviosa dos días atrás. 
Esta vez
provenía del asiento trasero al suyo…
 Giró
solo un poco su cabeza y lo vio. 
Estaba
sentado atrás de ella, inclinado hacia adelante, acercando su boca a su
cuello. 
Esta vez
pudo ver sus ojos oscuros, rasgados, su boca que le pareció enorme, su piel
morena, su cabello negro y el conjunto la excitó más aún. 
Tenía un
cierto aire animal, salvaje y eso la fascinaba.
 Volvió
a mirar hacia el frente y dejó que el continuara con su acoso, con su
particular forma de excitarla. 
Esta vez
las manos se deslizaron por el costado del asiento y dejo oir su
voz… 
“Te
gusta, cierto? Querés más?.”
 Y
se encontró asintiendo con su cabeza, dándose cuenta de que
se le había comenzado a secar la boca y humedecer la entrepierna.
 Las
caricias eran intensas, seguía recibiendo su aliento en la nuca, en el cuello,
en sus orejas y no podía contener su propia respiración cada vez más agitada.
 Bajemos
en la próxima, escuchó que le decía.
 Como
si estuviera en trance asintió y la próxima estación la sorprendió abajo, con
él atrás, guiándola con una mano sobre su espalda al rincón más oscuro. 
Bajó una
escalera herrumbrosa donde no había más que papeles esparcidos por doquier y
alejada de la multitud. 
Recién allí pudo verlo de frente. 
Era alto,
fuerte, musculoso, sus ojos negros la envolvían y ella se sentía derretir, era
una locura, pero no deseaba detenerse, ni siquiera saber que estaba en un lugar
público la amilanaba, su cuerpo la urgía y se entregó a lo que viniera.
Ella
quedó contra una pared que olía a humedad y en lugar de asquearla, la excitaba
más, las manos de aquel hombre la manosearon entera, la recorrieron con fuerza,
la apretaron en cada rincón, la hurgaron sin cesar. 
Aquella
boca enorme la adsorbía sin control, su cuello, sus hombros, sus
pechos y las manos que subían y bajaban, violaban esa intimidad que su esposo
jamás quiso conocer y ella siempre soñó con mostrar…
 Era
todo instinto y le encantaba.
-Te
calienta esto, cierto? Dime que si.-
-Si, no
pares – llegó a decir en forma entrecortada.-
-Me
gustas, me gustas mucho.-
-No dejes
de hablarme, dime más.-
ella
estaba dejando salir a la que siempre supo que existía en ella, a la que le
encantaba el sexo pasional, el sexo salvaje, el sexo fuerte.
 Imaginó
que aquel hombre la estaba violando y eso la calentaba, la alentaba a seguir y
a excitar más a aquel desconocido, sus manos empezaron a recorrer ese físico
duro y generoso que la aplastaba contra la pared, arañaron la espalda cubierta
por esa camisa de fajina, aspiró el aroma sudoroso que emanaba de él, apretaba
las caderas de aquel hombre contra su pelvis y sentía su pene endurecido
restregarse contra ella y la respiración masculina que pasaba de la excitación
a la urgencia, de la voz ronca al deseo profundo. 
En menos
de dos segundos sintió como saltaban los botones de su blusa y el aire invadía
sus pechos expuestos ante los ojos y la boca masculina, su falda se había
subido con las manos del hombre que tenía frente a si y la piel se le estaba
calentando con el roce de la yema de los dedos y las pupilas negras que no la
abandonaban.
-Te
quiero coger aqui y ahora.-
-Cógeme,
lo deseo, lo necesito.-
Semi desnuda ella, vestido aun él, la ubicó
de espaldas a su pecho, la sujetó por atrás y dejó vagar sus manos por sus
pechos, los encerró entre sus manos, los pellizcó mientras ella subía y bajaba
restregándose contra él como una gata en celo, calentándose con el roce de ese
pene cada vez más erecto.
 Ella
sentía como sus hombros eran mordidos y lamidos por una lengua cálida y húmeda
y mientras esa sensación la inundaba, tomó las manos de él para que abandonara
sus pechos y llegara hasta su vagina, hizo que él la acariciara por sobre su
ropa interior y él consiguió correr un poco la tela para poder meter un dedo y
tocar la carne.
-Estas
muy caliente, preciosa, dijo en sus oídos.-
-Si, muy,
muy caliente, ayúdame!!!.-
-Qué queres que te haga?. – preguntó mientras
seguía rozando la carne tierna y húmeda.-
-Méteme
un dedo.-
No se
hizo esperar el pedido, un dedo dejó el borde de la ropa interior y con
destreza abrió los labios y se metió entre la carne, buscando, como una
culebra, arrastrándose entre tanto flujo, dibujando círculos entre el poco
vello que ella llevaba en el centro. Ante cada centímetro que ese dedo
acariciaba, ella sentía que perdía más y más el aliento, que estaba
enloqueciendo, que no podía dejar de pedirle cosas. “Más despacio, más lento,
más profundo” 
Y el dedo
se multiplicó y fueron dos, que aprisionaron el clítoris, que lo estiraron y
que trataron de penetrarla sin conseguirlo, la posición no era la ideal para
ese estímulo, debía moverse.
 Se
dio vuelta y cuando nuevamente lo tuvo frente a si, lo arrastró hacia el
piso. 
Se
acomodó en la escalera, tres escalones más arriba que él, subió más su falda y
quedó con las piernas abiertas frente al moreno.
-Ahora
si, chúpame!!!.-
La gloria
le supo a poco cuando esa boca se enterró en su vagina, atrás quedó la ropa
interior, sus pechos ya estaban desnudos por completo, sus propias manos se
encargaban de ellos, de sus pezones, de apretarlos y juntarlos para poder
llegar con su boca a lamerlos mientras ese salvaje se encargaba de su concha.
-Chúpame,
chúpame… Más… Más!!!.-
La lengua
de él no la dejaba en paz, la recorrió entera, la lamió sin cesar, sentía como
cada rincón de sus labios vaginales eran llenados de saliva, como la punta de
esa lengua recorría los bordes de su agujero delantero y calmaba los temblores,
como los dedos masculinos ahora si estaban en la posición adecuada para
penetrarla.
 Primero
uno, entró y salió con total facilidad porque estaba tan mojada que no era
necesario más lubricación que esa.
 Después
dos, primero de costado y una vez adentro, de frente, entrando y saliendo,
haciéndole sentir su fuerza ante cada entrada y salida. Más tarde tres y ya los
gemidos no dejaban de salir de su boca, subían desde su garganta y estallaban
en el aire.
-Estas
muy mojada!!! Me encanta tu olor!!!.-
-Dame más
lengua!!!!!!!!!!!.-
Y las dos
cosas, sus dedos y su lengua, se encargaban del calor de ella. 
Su lengua
no cesaba de enloquecer el clítoris y sus dedos la cogían como nunca nadie hizo
y ella siempre esperó, ni siquiera el borde de los escalones podían
incomodarla, nada hacía que su atención se desviara del placer que esa boca le
estaba dando y del que estaba segura, seguiría obteniendo. 
Cada vez
que esos dedos salían de su concha arrastraban flujo que él mismo saboreaba,
que colocaba dentro de la boca de ella para que ella lamiera, dedos que también
cogían su paladar, acariciaba su lengua y recorrían sus labios, mojándola y
dejándole su propio sabor. 
Después
de enloquecerla, pero sin permitirle el orgasmo, se paró frente a ella, la
sentó en los escalones con las piernas abiertas y le colocó la boca sobre sus
pantalones. Ella dejó que sus mejillas acariciaran la entrepierna de él y se
sorprendió mordiéndolo despacito entre el cierre y la tela de los pantalones 
cuando la
urgencia de él no pudo más, sus manos dejaron al descubierto ese pene que la
maravilló en cuanto lo vio. 
Era
moreno como él, lucía terso, suave y brillante y esa tersura y esa suavidad se
confirmaron cuando lo tomó entre sus manos, su cabeza quedo algo agachada y
mientras ella comenzaba a besar su pene, las manos de él se escurrieron para
poder acariciarle los pechos en forma sincronizada con la boca de ella.
-Te gusta
mi pene, verdad?.-
-Me
encanta!!!.-
-Demuéstramelo!!.-
Era hora
de que ella soltara toda su pasión, así que se encargó de ese pene como siempre
soñó hacer, sus labios acariciaron la punta, dejó que la tibieza de esa punta
se transmitiera a toda su boca, lamió su extensión, notó que cada vez crecía
más y le encantó. La metió completa en su boca mientras sentía como las manos
de él acariciaba sus pechos y la alentaban a seguir.
-Chúpamela,
me gusta, me gusta!!.-
ella queria engullirla, la sensación de poder que
le daba ese pene entero dentro de su boca era maravillosa. 
La metía y
la sacaba una y otra vez, acariciaba con ella sus mejillas, la sacudía frente a
sus ojos, sentía que era su dueña y los gemidos del desconocido la
calentaban. 
El sonido
de sus labios sorbiéndola la mareaban, el olor que subía de su propio sexo era
embriagador y eso hacía que aumentara la velocidad de succión, que dejara vagar
su lengua por sus testículos. Tomaba alternadamente uno a uno y los escondía
entre sus labios, dejaba que se arrastraran por esa piel que allí era más
suave, más delicada y los soltaba despacio, mientras sus dedos seguían
acariciando la piel del pene que había adquirido dimensiones soñadas.
- Siiiiii, así!!! Hummmmm, me encanta, no pares!!!.-
Dejó que
ese pene también cogiera su boca, que la llenara, que la alimentara con la
leche que salió de una sola vez y lamió la espesura de su esperma, que tomó por
asalto su paladar y sus mejillas. Era el sabor que su boca anhelaba y un
desconocido se lo estaba regalando, su esposo hacía años que no le permitía esa
experiencia y ahora la estaba disfrutando como loca… ella se sentía la más puta
de las mujeres, pero ese pensamiento solo la calentaba más y más. Cuando él
había terminado su primer orgasmo, ella separo su boca de él y levantando la
mirada entendió que ahora si le tocaría a ella gozar con ese pene dentro de su
cuerpo.
 Aquel
hombre, del que sabía su sabor, pero no su nombre, la recostó en el escalón y
abriéndola completamente, separándole las piernas al máximo, acercó su pene a
la entrada de su concha y enloqueció su agujero con su punta, dejó que lo
recorriera en círculos, acarició el clítoris de ella una y otra vez y cuando
ella estaba casi inconciente de placer, dejó que las manos
femeninas tomaran el pene y de un solo empujón lo enterrara en su interior.
Cada empujón de él era un nuevo movimiento que clavaba el borde del escalón en
la espalda de ella, pero nada importaba, excepto la sensación de plenitud que
la invadía con ese miembro dentro.
-Cógeme,
no dejes de hacerlo!!! – suplicaba entre gemidos.-
-Muévete así,
así!!! Ábrete para mí!!!.-
Y ella
elevaba las piernas, las abría hasta que las dos quedaran casi en la misma
línea a la altura de su vientre, formando una sola recta y facilitándole a él
la penetración. 
Dejaba
que las manos del hombre marcaran la abertura, que las subiera a sus hombros
para que su pene entrara más y más. Ambas caderas chocaban ante cada empujón,
los olores se mezclaban y los gemidos escapaban de sus bocas, llenando el aire,
retumbando en esa especie de cueva en la que estaban escondidos, calmando su
deseo.
-Me
encanta sentirte adentro, tan grande!!!.-
-eres tan
estrecha!!!.-
Y los
músculos de la vagina de ella se contraían para que el placer fuera más intenso
y el pene de ese hombre respondía sujetándose más dentro de ella, mientras la
cara de gozo de él se hacía más intensa.
-Siiiiii,
eso… Así… Hummmmmmmmmmmm… Es la
locura!! muévete!.-
La voz de
él la alentaba, la calentaba, la excitaba y ella no quería parar, le dolía todo
el cuerpo, pero quería más y más, cuando sacó su pene y ella aun seguía
dispuesta al goce, creyó que se hundía en un agujero, pero él solo se limitó a
quitarlo de su concha para poder tomarlo con una mano y con su punta, rozarle
en círculos el agujerito trasero de ella, cortándole la respiración por el goce
y la sorpresa. 
Cómo
había adivinado sus fantasías? Cómo sabía él que ella anhelaba ser penetrada
por atrás? Cómo respondería a su deseo?. Bordeó la zona rozándola, mojando su
pene con su flujo y arrastrándolo hacia su ano, dejando que la punta de su pene
le marcara la ruta de un deseo añejo y dejando una estela de fuego allí. ella
sentía como se dilataba cada poro de su cuerpo deseando cobijar cada centímetro
de carne del otro, quería que ese salvaje la cogiera todo el día, en cada
orificio que ella tuviera, quería estallar por completo. 
El volvió
a su concha, volvió a penetrarla y así, con su miembro dentro de ella, la
elevó, la pegó a su torso, los pechos de ella aplastados contra el propio, las
manos de ella cerradas sobre su cuello, las piernas de ella atrapando su cintura
y así pegados caminaron unos pasos hasta que él la depositó en el suelo más
frío y más húmedo de aquel escondite.
-Dime que
es lo que más deseas, ahora!!!!!.-
-Por
atrás, dámelo por atrás!!!.-
-Siiiiiiiiiiii,
ya, ya!!!.-
Y sin
más, le dio vuelta y la colocó en cuatro y deslizó otra vez el pene por el
borde, ahora bien ubicada, ahora en posición ideal. Acarició sus glúteos desde
atrás y se fascinó con la dureza del cuerpo femenino, cegado por la idea de
poseerlo como sea, el tiempo que fuera hasta que aquella hembra quedara más que
satisfecha. 
Una de
sus manos recogió cuanto flujo pudo de la hermosa vagina de aquella mujer que
solo se balanceaba de atrás hacia adelante, esperando el momento de ser
penetrada y con ese mismo flujo mojó uno de sus dedos, lubricó el agujero del
culo de ella y lo introdujo lentamente. Ella dio un respingo de sorpresa, no
estaba acostumbrada a sentir nada allí, pero ordenó a su cerebro obtener
placer, calmarse y disfrutar de aquello.
 El
dedo firme del hombre la penetró, se movió dentro de ella unos instantes y
luego se quedó quieto, dándole tiempo al cuerpo de la mujer a sentirlo, a
adaptarse para que sus músculos se acostumbraran. Lo sacó más mojado de lo que
lo metió y al ver como las nalgas de la mujer se elevaron más, comprendió que
ella estaba lista para ese paso glorioso. 
Acercó su
pene al culo de ella, apoyó su punta allí, bordeó la zona, bajó su punta a su
vagina, la humedeció y ante la suplica de ella, lo metió en dos tiempos dentro
de su ano. Cuando ella lo sintió por completo allí dentro, lanzó un grito sordo
de dolor que duró solo instantes porque enseguida se transformó en sonidos
guturales de placer, sus caderas se movían hacia adelante y hacia atrás, con la
sola ides de soldarse a la pelvis de ese hombre,
queriendo retener ese pene dentro de ella, permitiéndole a él tomarle las
caderas con una de sus manos para marcarle el ritmo, porque ella estaba
desenfrenada.
- Quiero
más, dame más adentro!!!!.-
- Esta
entero!!! Te gusta, eh????.-
- Siiiiiiii, siiiiiiiiiii, más fuerte, más
adentro!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!.- No podía parar de hablarle, quería su voz en los
oídos.-
-
Háblame, háblame, no dejes de hacerlo!!!.- Aquel hombre se reclinó sobre la
espalda de ella, acercó su boca a los oídos femeninos y mientras que sus manos
le tomaban los pechos por abajo, su voz ronca la estimulaba.-
- Te
gusta sentir mi pinga adentro, verdad?.-
-Hummmmmmm, siii!!!.-
-Me gusta
como coges, nena!!.-
Esas
manos le sobaban los pechos, le pellizcaban los pezones y ella se excitaba
hasta el delirio con el peso de ese cuerpo sobre sus espaldas y con ese pene
que no dejaba de entrar y salir de su culo, friccionando su piel, haciéndola
sentir caliente como cuando veía a los perros de su barrio, liberando su
instinto animal.
- Sientes que duro estoy? Cómo me
muevo??.-
- Hummmmm, si!!.-
Y
mientras él le hablaba, ella daba vuelta su cabeza levemente para buscar esa
boca que la excitaba y poder besarla, dejar que ambas lenguas pelearan libres.
Ella hubiera deseado poder acariciar su clítoris, sentía que lo tenía hinchado
y húmedo y que necesitaba un dedo que lo calmara.
- Tócame,
tócame la concha!!!.- Le pidió sin disimulo.
El
abandono la presión sobre la espalda de ella, colocó una mano sobre sus glúteos
y con la otra se dedicó a sobarle el clítoris, a estirárselo, a meterle el dedo
por adelante, a complacer cada pedido de aquella hembra que lo estaba haciendo
gozar cada instante que pasaba.
- Más,
más, másssssssss!!.- Era el único
pedido de ella.
- Me tienes entero adentro!!!
Sigue, muévete!!!.-
 Cuando
ninguno de los dos tenía más aire para continuar, cuando ninguno de los dos
podía aguantar, ella le pidió que volviera con su pene adelante, que quería
acabar con el dentro de su concha.
 Así,
sin resguardo, sin nada debajo del cuerpo de ella, la recostó sobre su espalda
y volvió a cogerla por delante, dándole lo que pedía, dejando derramar su leche
dentro de esa vagina que sabía como retenerlo y hacerlo gozar encerrándolo
entre sus paredes. Ella arqueó su cuerpo cuando sintió el estallido del varón,
cuando sintió que la leche se derramaba dentro de ella, ese fue el instante
mágico en el que se permitió explotar y alcanzar tal vez, su primer orgasmo
como había soñado en años.
Quedó
tendida en el piso, saboreando cada sensación de su piel, cada dedo masculino
que había resbalado por ella instantes antes y solo alcanzó a escuchar que la
misma voz que venía torturándola de deseo desde hacía dos días, le avisaba que
se verían en el mismo subterráneo al día siguiente.

 
 
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