Nunca pensé que se me diera esa
oportunidad tan deseada por todos los demás estudiantes de la universidad, un sueño hecho
realidad.
Fui invitada a un congreso médico de sexología a San Pablo, por una amiga sexóloga, mi compañera de asiento era una mujer de unos cuarenta años,
rubia muy llamativa, desenvuelta y locuaz con la que hice
buenas migas de entrada.
Me comentó que era casada, sin hijos y con una vida
social muy activa. Tenía un prestigio profesional bien ganado e iba a presentar
varios trabajos de la especialidad, que junto a los míos serían los únicos del
país.
Al llegar a San Pablo nos alojamos en un
hotel muy cómodo de cuatro estrellas con piscina, la que utilizamos casi todos
los días, combatiendo el clima sofocante del verano. Tomamos la habitación
juntas, con dos camas separadas y un balcón terraza desde donde se divisaba el
movimiento febril de esa ciudad industrial.
Nos
acreditamos en el congreso al día siguiente de nuestra llegada, donde nos
enteramos que nuestros trabajos los debíamos exponer dos días previos a la
clausura, por lo que nos quedaría tiempo para recorrer la ciudad y conocerla.
Nos alertaron de la inseguridad si decidíamos salir solas, y nos recomendaron
que fuésemos acompañadas por algún hombre conocedor del ambiente, sobre todo si
salíamos de noche.
Luego del horario del congreso
retornábamos al hotel, donde disfrutábamos de la piscina, protegidas del sol,
Pero las horas se hacían interminables y de común acuerdo decidimos tomar un
guía. Habíamos conocido un chofer muy simpático que todos los días nos
trasladaba al Centro de Convenciones, con el que comentamos algunos temas del
congreso. Cuando le propusimos ser nuestro cicerón, rápidamente aceptó. Todos
los días salíamos al atardecer para conocer los lugares más característicos,
aunque al tomar confianza, conociendo el tema que nos había traído a San Pablo,
nos recomendó que conociésemos un club privado, solo concurrido por gente
selecta donde podríamos ver un espectáculo de sexo explícito inimaginable.
En
principio nos rehusamos, pues me parecía un desatino pensando que algún
conocido nos viera, pero luego en el hotel, Adriana me convenció argumentando
que nadie nos conocía y tendríamos tema para desarrollar en
nuestra
especialidad.
La noche de la presentación de los
trabajos fue un éxito, y luego de recibir las felicitaciones de los colegas,
volvimos al hotel para disfrutar de la piscina. Mientras descansábamos en las
reposeras, noté a Adriana inquieta, como queriendo decirme algo, hasta que
finalmente se sinceró y me propuso ir al club privado y yo curiosa y deseosa de
ver algo diferente, acepté.
Me bañé, me perfumé, y me vestí
discretamente para no llamar la atención. Juntas con el chofer nos dirigimos al
famoso club Edén que tanto nos había sugerido de conocer Marcel.
Era
majestuoso y al entrar percibí un ambiente cargado de erotismo y sensualidad.
Nos ubicaron en una mesa próxima al escenario, donde bailarinas desnudas,
danzaban entre sí acompañadas con un stripper conformando figuras sugerentes de
relaciones múltiples al rozar el varón con su slip diminuto las zonas sensibles
de las mujeres, que se contoneaban al compás de la música. La miré de reojo a
Adriana, que disimuladamente se acariciaba la entre pierna, mientras observaba
absorta la escena. Alcancé a escucharla cuando le preguntaba a Marcel, que era
lo que sucedía en los pisos superiores, y la respuesta me intrigó. Había que
pagar un plus de treinta dólares para acceder al primer piso donde se podían
observar relaciones sexuales entre distintas parejas, que ofrecían sus fotos
como recuerdo a diez dólares cada una. Mi timidez me impedía participar en las
decisiones pero cuando se pararon para subir los acompañé.
Llegamos
a una sala donde a través de ventanas que daban a seis habitaciones amplias se
podían ver a mujeres y hombres practicando el amor. Mujeres con mujeres. En
otra y en la medida que colocábamos dinero vimos dos mujeres con un hombre y
viceversa. Nunca había visto una orgía en privado. Adriana me tomó de la mano y
percibí su calentura, Luego de quince minutos se cerraron las ventanas, y al
encenderse las luces, pregunté ingenuamente que veríamos en el segundo piso.
Allí suben ustedes dos solas, nos dijo, y preguntó si traíamos máquina de fotos
para registrar nuestras experiencias. Agregó que en el piso superior había que
poner en la sala de control cien dólares para ver en una pantalla hombres y
mujeres como nunca nos imaginamos, para elegir y compartir con ellos una hora.
Agregó que no tuviésemos miedo, pues todos estaban controlados y eran de
absoluta confianza. Nos explicó que recibiríamos órdenes para participar y si
no quisiéramos, seríamos complacidas y podríamos retirarnos o utilizar nuestras
propias cámaras para registrar el momento. Finalmente, nos dijo que nos
esperaría en el salón de la planta baja, pues no tenía apuro y disponíamos del
tiempo necesario, para disfrutar y registrar todo para volcarlo en futuros
trabajos.
Subimos
hasta el segundo piso, y en una sala con varios monitores pusimos el dinero
para que éstos se encendieran. En ellos aparecieron las figuras desnudas con
hombres que portaban su miembro viril de un tamaño asombroso, Adriana en el
paroxismo de la calentura, sin pensarlo pulsó el botón del elegido. Se abrió
una puerta invitándola a pasar, me dejo la cámara y me pidió registrar lo que
sucediese desde la cabina de control.
Me preparé, y observé como siguiendo las
indicaciones, pasó al baño, se desnudó y retornó a la habitación. La esperaba
un hombre de unos veinticinco años con una verga descomunal que se acerco y la colocó
de rodillas para que la mamara.
A pesar de su madurez, Adriana conservaba un
cuerpo apetecible con senos firmes con pezones oscuros y puntiagudos. Enseguida
logró la erección máxima de la verga cuyo glande parecía no caber en la boca.
El joven la giró y le acercó el miembro rígido por detrás. Pulsé otro botón
para oír desde adentro los sonidos y hasta mi llegaron los jadeos, los gemidos,
y el alarido de Adriana al ser penetrada por esa enorme polla. Se movían
frenéticamente y ella le pedía más. El joven se aproximó a Adriana y le susurró
algo al oído. Observé como ella asentía con sus ojos entre cerrados, entonces
entró otro joven con la verga en la mano y ella la tomó y la mamó con fruición.
Era una orgía disfrutada por todos. Yo sacaba fotos con la cámara digital y mi
respiración se agitaba. Me encontré acariciando mi vulva humedecida por el
deseo.
Finalmente la llevaron al baño donde tuvo la última cogida.
Se
reencontró conmigo en la cabina y me confesó que jamás había tenido una velada
como esa noche, y me propuso imitarla. Le expliqué que nunca le había sido
infiel a mi marido y no me animaba. Aunque la visión de su experiencia había
despertado mi deseo dormido de una cogida diferente con un extraño, como
algunas veces había fantaseado. Para convencerme me preguntó si creía en la
fidelidad de mi esposo en sus salidas al exterior, y decidió por mí. Pulsó en
el monitor y allí apareció un hombre atlético con la verga más grande que jamás
había imaginado. Le dije que no lo haría pero cuando se abrió la puerta,
Adriana me empujó. Me encontré sola en una habitación amplia con un diván y un
baño pequeño. Entró un joven de treinta años que me sorprendió, descubrió el
miembro y al extraerlo, no me pude contener, me arrodillé siguiendo mis
impulsos, y lo llevé a mi boca. Al pararse casi me atraganta y lastima las
comisuras de mis labios. Me asusté, mi concha sería incapaz de recibirla, y le
pedí por favor que no me poseyese. Desde la cabina Adriana desoyendo mis ruegos
me suplicó que continuásemos. Desnudos, yo sola con las medias de puño me puse
de frente a la cámara, pues iba a registrar el tamaño de semejante polla y la
capacidad de mi vagina. Así lo hice y al tomarla en mi mano noté sus
dimensiones y pensé que era la última oportunidad para sentirla y disfrutarla.
Estaba excitadísima. Entonces me monté e introduje de a poco esa verga enorme,
temiendo que desgarrase mi concha que nunca había recibido algo de semejante
tamaño y el dolor que podía causarme. Me lubricó con vaselina y lentamente me
fui sentando sobre el pene. Las paredes de mi concha se fueron dilatando hasta
llegar al fondo. Yo gemía y lloraba al mismo tiempo. Me parecía mentira haber
albergado esa polla. Experimenté uno tras de otro tres orgasmos, terminando
exhausta y satisfecha.
Me
bañé y me vestí. Bajamos con Adriana al salón donde nos aguardaba Marcel, y
retornamos al hotel. Allí nos volvimos a bañar. Comentando con Adriana, ya
totalmente desinhibidas, me refirió su placer por la velada en el club y la
hermosa experiencia al ampliar sus conocimientos, y la sorpresa al haber visto
de cerca el pene que me había iniciado en la infidelidad, demostrando la
capacidad de mi vagina para dilatarse y recibirlo. Entre sonrisas opiné lo
mismo por lo que había recibido ella y agregué que nuestras conchitas, habían
aprobado la tesis sobre la dilatación y la capacidad y nos habíamos recibido de
conchudas agradecidas.
Emprendimos
el regreso con una mención especial por los trabajos presentados y con una
experiencia práctica no frecuente en colegas dedicados a nuestra especialidad.
Nos despedimos en el aeropuerto con un guiño especial después de presentar a
nuestros maridos, prometiéndonos encontrarnos en futuros congresos, para
intercambiar experiencias y conocimientos.
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